Sodoma y Gomorra, cuarta parte de A la busca del tiempo perdido, supone una carga de profundidad en la gran saga proustiana, donde la edad adulta y el desorden de los deseos emergen de repente. En medio del asunto Dreyfus, con el París finisecular dividido, es otro tema el que se teje en una tarde de primavera lejana del bucólico Combray. Desde que el Narrador, nada complaciente, sorprende a Charlus en acción con Jupien parece descorrerse un velo. El mundo de la «inversión», sin distingos sociales y en el envés de la alcurnia, nos lleva a un oscuro recorrido por los prostíbulos, mientras de día, sobre el escenario visible, se representa una esplendorosa e hipócrita comedia de lo chic recién importado, como en la cima de una civilización. El último volumen publicado en vida de Proust es una proeza de audacia narrativa que muestra una época que está, sin saberlo, en plena transformación, y a un individuo cada vez más desorientado. En este teatro mundano y político, el progreso técnico y los problemas de género anuncian un mundo nuevo, cada vez más cercano al nuestro.
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