La autora vuelve, tras El juego de las golondrinas, a su niñez en Beirut, y articula el relato como una letanía de recuerdos, de la anécdota al drama sin solución de continuidad. El resultado es emotivo y liviano.
Este sitio web utiliza cookies, tanto propias como de terceros, para mejorar su experiencia de navegación. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Más información