Los buenos poemas, igual que las buenas canciones, ponen palabras a lo que sentimos cuando nos reconocemos. Somos iguales y en la intimidad de otros nos vemos a nosotros mismos. Pero hay que estar muy atentos. No es fácil captarlo. Es un juego de espejos. El poeta se mira, y nos enseña lo que ve, y nosotros lo miramos y, si hay suerte, nos vemos. Lo importante es el principio y el final. Si el poeta no se ve al mirarse, nosotros tampoco nos veremos al mirarlo. Ramón Martínez sabe mirarse y por eso podemos vernos. Conoce este juego y lo domina. No es un juego trivial, le va la vida en ello. No es un juego nuevo, pero nos gusta jugarlo. Y, además, le da otra vuelta de tuerca. En su mecanismo de espejos las canciones-poema que lo inspiraron traen nuevos poemas-canciones que invitan al lector a quedarse con él en instantes que quizás no habíamos visto, o no queríamos, o no sabíamos ver. El autor viaja por sus noches de insomnio, teme más a sus dudas que a casi nada, se hunde en la carne de los cuerpos enredados, se cuestiona el tiempo y pasea por el filo de lo que le duele. Y en tiempos de urgencias